Secuela del cuento sobre sueño: "El vacío y el abismo de los sueños"

 El vacío y el abismo de los sueños

Me desperté repentinamente, sudando y temblando, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Miré a mi alrededor, buscando desesperadamente alguna señal de la presencia maligna que me había perseguido en el sueño, pero la habitación estaba tranquila.

Vivía en el conurbano bonaerense, junto a mi mamá y mi hermano mayor, en un pequeño departamento dentro de un edificio gris y gastado. Sin embargo, detrás de la fachada de normalidad, guardaba un secreto profundo y oscuro: le tenía miedo al vacío. No al vacío físico, sino al vacío emocional, a la sensación de soledad y desamparo que a veces me invadía cuando pensaba en el futuro incierto o en los misterios del universo.

Había experimentado esta sensación de vacío de vez en cuando, pero últimamente había comenzado a sentirse más intensa y perturbadora. Me despertaba por las noches con el corazón palpitando y el sudor frío en la frente, incapaz de sacudirme la sensación de que algo terrible estaba por suceder. Justo como ese día.

Me encontraba en las calles desoladas de mi barrio, rodeada por una presencia oscura y amenazadora que me perseguía sin descanso. Mi hermano y mi mamá estaban atrapados en el mismo abismo de oscuridad. Mis piernas se sentían como plomo mientras que la presencia oscura se acercaba más y más, envolviéndonos a todos en un abrazo helado. La pesadilla había sido tan real, tan vívida, que aún podía sentir la presión en mi pecho.

Desesperada por encontrar consuelo, salí corriendo de mi habitación y me dirigí al cuarto de mi mamá. Golpeé la puerta con fuerza, llamándola con voz temblorosa. Mi mamá abrió la puerta con preocupación, viendo la angustia en mis ojos.

—Mami, tuve una pesadilla horrible —dije sollozando—. Estaba en un lugar oscuro y aterrador, y vos y Juan estaban ahí también. ¡No podía encontrar la salida y una presencia oscura nos perseguía!

     Mi mamá me abrazó con fuerza, sintiendo el miedo que me invadía.

—Shh, tranquila —dijo con voz suave—. Fue solo una pesadilla..

Juan Cruz, mi hermano, que había sido despertado por el alboroto, entró a la habitación y me vio llorando en los brazos de nuestra mamá, quien le contó lo que había pasado.

—¿Estás bien? ¿Querés hablar sobre tu pesadilla?

Asentí con la cabeza, sintiéndome un poco más reconfortada por el apoyo de mí familia. Les conté sobre el sueño, describiendo el abismo oscuro y la sensación de vacío. Ellos dos escucharon con atención, consolándome con palabras amables. Me recordaron que las pesadillas eran solo sueños, que no debía dejar que la oscuridad de la noche me asustara.

—Sé valiente —dijo mi mamá—. A veces, nuestros sueños pueden reflejar nuestros miedos más profundos, pero no debemos permitir que nos dominen.


A la mañana siguiente, me desperté con determinación en el corazón. Decidí enfrentar el miedo al vacío y demostrarle a mi familia, y a mi misma, que podía. Me puse de pie y me dirigí al balcón del departamento, sintiendo el sol cálido en mi rostro y la brisa suave en la piel. Miré hacia el horizonte, sintiendo una sensación de esperanza y optimismo.

Entonces comprendí que el vacío no era algo que temer, sino una parte natural de la vida misma. Era el espacio entre las estrellas, el silencio entre las notas de una canción, la pausa entre los suspiros. Era el lugar donde residían los miedos más profundos y las esperanzas más sinceras, donde se encontraba la verdadera esencia de la existencia humana.

Con el corazón ligero y la mente clara, volví adentro, lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara. Porque incluso ahora, muchos años después, sabía que el vacío siempre estaría ahí, acechando en las sombras de mi mente. Pero sigo eligiendo ser valiente.


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