Cuento sobre pecado: "La flor plateada"
La flor plateada
Viéndolo en retrospectiva, no había sido enteramente su culpa.
Se había levantado muy contenta esa mañana. Su mamá le había dicho la noche anterior que irían a la Feria del Libro y estaba entusiasmada. Recordaba poco del año anterior, flashes que escenificaban stands repletos de libros con palabras que no entendía del todo, gente caminando en diversas direcciones. Sí recordaba especialmente la enorme flor plateada que había visto desde el colectivo, flotando en una plaza con sus pétalos abiertos. Su mamá le había dicho que se trataba de una especie de monumento, que abría sus pétalos de día y los cerraba de noche, que había sido construida por algún motivo que había olvidado. Ansiaba volver a verla, así que se ordenó internamente prestar atención en la ventana del colectivo para no perdérsela.
Junto con su hermano, pasaron a buscar a Cami y Moni por su casa. Vivían a pocas cuadras. A diferencia de ellos, tenían una casa enorme, con una pileta en el fondo a la cual se metían en verano, después de que terminaban las clases. Cami cumplía en diciembre, era unos meses más grande que su hermano, así que todas sus fiestas de cumpleaños tenían como atracción principal la pileta. No se animaba todavía a meterse a lo profundo como hacían Juan, Cami y sus demás compañeros de colegio. Se quedaba en donde hacía pie, junto a su mamá y el resto de las mamás que se quedaban en el cumpleaños.
Moni tenía una risa muy divertida, pensaba mientras la escuchaba hablar con su mamá en el colectivo. A diferencia de la mamá de Cami, su mamá se reía en silencio, como si la risa jamás se escapara de su garganta, y achinaba los ojos. Había estado tan distraída tratando de escuchar lo que las adultas hablaban, que se perdió el momento en que pasaron frente a la flor plateada. Pero no se desanimó mucho, todavía quedaba la vuelta. Además, ya habían llegado y ansiaba recorrer la feria.
Ese año parecía haber más libros que el año pasado y las mesas ya no eran tan altas. No tenía que hacer puntitas de pie para ver las portadas. Mientras que Juan y Cami corrían por los pasillos, a pesar de las quejas de su mamá y Moni, ella tocaba con curiosidad todos los libros que podía. Pasaba las páginas viendo como las letras volaban. Las tapas más coloridas eran las que le llamaban la atención. Se compró una agenda que tenía muchos stickers para adornar las hojas, aunque su mamá le había dicho que era una pérdida de plata porque realmente no tenía nada para anotar. Ella no había pensado en eso.
Juan quedó hipnotizado con el stand con las historietas de Gaturro y se quedaron unos buenos minutos decidiendo con Cami cuál comprar. Ya tenían ediciones anteriores, pero no recordaban qué número era la última y su mamá, con la poca paciencia que tenía, le había dicho que eligiera cualquiera, que era lo mismo. Trató de forzar interés para no quedarse afuera. Ya hace un tiempo que Juan y Cami no jugaban tanto con ella. Antes, todos los mediodías camino a la escuela, cada uno elegía un Power Ranger y se inventaban historias hasta que entraban al colegio. Ella siempre era el amarillo. Pero ahora parecía que ellos preferían caminar solos, así que se adelantaban unos pasos en la vereda y la dejaban con su mamá y Moni. Y cuando lograba acercarse sin que se dieran cuenta, porque sino la echaban, se aburría al escuchar sus conversaciones, que rondaban entre una anécdota de algún compañerito de su grado o un juego de la Play2 que a ella no le gustaba, o no entendía.
Pero entonces algo llamó su atención. En la punta del salón se situaba un stand de Disney, su canal favorito en la tele. Al acercarse notó que un solo chico se encontraba en la caja, haciendo prácticamente malabares con toda la gente que hacía fila para pagar y le hacía preguntas sobre algún libro, mientras chicos gritaban y corrían alrededor del espacio estrecho. Ella se dedicó a mirar entre las revistas expuestas en los estantes, escapando mentalmente de la vorágine de ruido. A su altura, encontró una de Hannah Montana, el programa que miraba, todavía con Juan, mientras tomaban chocolatada después del colegio.
Al abrirla se dio cuenta que era una especie de historieta, como las de Gaturro que le gustaban a su hermano. Había imágenes que parecían del programa junto a globos de diálogo. Pero ella nunca había visto esas escenas, así que debían ser exclusivas de la historieta. Por eso mismo sintió ganas de llevársela. Tenía que pedirle a su mamá que la comprara, pero ésta todavía estaba esperando a su hermano, a varios metros del caos de gente que contenía el stand de Disney. Entonces sostuvo fuerte la historieta y comenzó a correr. Ya mismo tenía que avisarle que quería comprar ese libro para que se pusieran en la fila.
—¡Mami, mirá lo que encontré! —gritó cuando llegó a su lado—. ¿Me la comprás, por favor? La saqué de allá al fondo.
Su mamá, que estaba a mitad de una conversación con Moni cuando fue interrumpida, agachó la cabeza. Le quitó la historieta de las manos antes de dedicar una mirada hacia donde se encontraba el stand de Disney, bastante alejado de donde estaban ahora. El chico de la caja ni siquiera se había enterado de que una nena de siete años había sacado una revista de los estantes. La fila cada vez era más larga, teniendo que dar la vuelta dentro del mismo diámetro para no robar mucho espacio del pasillo de la feria. Los chicos seguían corriendo, llorando, pidiendo, todos al mismo tiempo cada vez más fuerte. Quién sabe qué más había sido tomado sin que se diera cuenta el joven..
—¡Ya está! —avisó Juan, alzando una historieta de Gaturro—. Llevo esta.
Siguió esperando que su mamá respondiera, que se moviera, que hiciera algo que indicara que debían volver al stand de Disney y comprar la revista de Hannah Montana. Su hermano había tardado mucho tiempo eligiendo la historieta que quería, ella se merecía la suya por ser tan pragmática. Pero en los ojos de su mamá no vió intenciones de acercarse al stand de Disney, ni de sacar la billetera. No. Vio que se encogía de hombros antes de devolverle la revista a su hija, despreocupada, para luego retomar la conversación con Moni mientras se acercaba a la caja, a donde Juan y Cami se habían dirigido.
Así que no. En retrospectiva, no había sido enteramente su culpa. Su mamá había detectado la posición desventajosa del pobre vendedor, a minutos de sufrir una hecatombe, y se había aprovechado. Se había ahorrado un par de monedas, con las que compraron unos panchos a la salida y se apuraron a comerlos antes de subir al colectivo.
Así que no. No había sido responsable del hurto de la revista, pero estaba contenta de haberla agarrado. Era más interesante que la agenda, pensaba mientras pasaba las páginas en el colectivo, sin escuchar las estridentes risas de Moni. Aunque más tarde se había dado cuenta que, por prestarle atención a la historieta, se había perdido de nuevo la flor plateada.
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